Leyendo “El prestamista” no podía por menos que pensar en la injusticia que el tiempo y los hombres cometen muchas veces con determinadas obras literarias. Y es que, salvo muy contados casos, el olvido parece ser el lugar final más frecuentado por la mayoría de los escritores. Da lo mismo si dedicas horas y más horas a las relaciones públicas, en demérito de la propia creación literaria; si empeñas dinero y tiempo en campañas que te mantengan permanentemente en la cresta de la ola; si navegas, por norma, a favor de corriente, acudiendo siempre presuroso en auxilio del triunfador; si, alejado de bombos y platillos, te consagras a la escritura en cuerpo y alma, … Ya puedes llamarte Camilo José Cela, por cierto, ¿quién lee hoy en día a nuestro laureado Nobel?; ya puedes formar parte del coro de adalides plumíferos, verbigracia: Vargas Llosa, que defienden al neoliberalismo salvaje como única estructura válida de pensamiento para nuestra sociedad, – inciso: veremos qué será de todos ellos dentro de cincuenta años -; ya puedes escribir una novela magnífica, no sublime pero sí magnífica, como Lewis Wallant, … Al final del camino, un idéntico destino: polvo seguro, – o casi seguro -, hasta que una editorial, caso de Libros del Asteroide, se digne rescatarte de entre la memoria perdida.
Digo esto porque no tenía catalogado a Edward Lewis Wallant como un autor reconocido, de hecho hasta la reseña del Sr. Molina no sabía nada de él ni de su obra literaria, y en función de lo leído puedo afirmar lo injusto de esta ignorancia. Durante el pasado agosto, mes vacacional y de lecturas por antonomasia, he venido alternando “El prestamista” con otras dos novelas, una magnífica, “La muñeca” de Boleslaw Prus, y otra decepcionante, “Ada o el ardor” de Vladimir Nabokov, y el regusto que ha dejado en mí la obra de Lewis, y más concretamente su personaje principal Sol Nazerman, se me antoja de imborrable. Conste que, inicialmente, no las tenía todas conmigo, la etiqueta de pertenencia de Lewis Wallant al “grupo de grandes escritores judeoamericanos de la segunda posguerra mundial” me ponía, como ya dije en otro comentario, los pelos de punta, pero los recelos han resultado finalmente injustificados y el disfrute de la historia pergeñada por el autor de New Haven ha sido enorme. No es bueno aproximarse a nada con una idea preconcebida de antemano.
Qué es lo que, en mi opinión, destaca sobremanera, por encima de todo lo demás, en “El prestamista”, – la reseña lo apunta muy acertadamente -, la figura de su protagonista Sol Nazerman que encarna la fuerza, el dolor y el sufrimiento del perdedor, del ser derrotado y descreído que sólo ansia paz y sosiego. Su ideario es puesto de manifiesto de forma rotunda: “No confío en Dios, ni en los políticos ni en la prensa, ni en la música ni en el arte,…”, “No confío en los nombres. No confío en las expresiones ni en los colores ni en el roce de la materia…”, “Pero lo principal es que no confío ni en la gente ni en sus palabras,…”. Este descreimiento y la pena inmensa que supone convivir con él se expia al final de la novela, en el momento preciso que exige el perfecto ritmo de la narración, con un sacrificio que supone la resurrección a la vida de un nuevo Sol Nazerman.
La prosa de Lewis Wallant se revela como una herramienta precisa que permite recrear los escenarios en los que se desarrolla la acción, esos paisajes fríos e impersonales en los que cada día se difumina la figura del protagonista, casi en un fundido a negro, como dirían los amantes del séptimo arte. No conozco el actual East Harlem de Manhattan, a lo que se ve, y por lo que apunta Eduardo Jordá en el prólogo de la novela, muy cambiado respecto al de la novela, pero la habilidad desplegada por Lewis Wallant para su descripción es muy notable: los solares desiertos y ruinosos que se extienden próximos a la tienda de préstamos, los atardeceres lánguidos sobre el río Harlem, las barcazas cargadas de carbón, los muchachos bañándose entre los detritus de las orillas,… Un atrezo perfecto en el que descuella la figura de Sol Nazerman y todo un variado lumpen, dispuesto a empeñar su propia alma para conseguir un día más de agonía.
Una excelente novela que no deja indiferente y permite horas de muy feliz lectura. Totalmente recomendable.
Cordiales saludos a los seguidores de solodelibros
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Por: Miguel
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